viernes, 29 de mayo de 2009

Graffiti poder y voz en la pared

“Ni olvido ni perdón”, grita la pared de una casa, en el Comité del Pueblo, al norte de la ciudad. Por su frente transitan peatones, vendedores ambulantes, perros y líneas de colectivos. La pared subsiste y el mensaje que sostiene pronto se perderá en la corriente de la ciudad y su cultura. En época de elecciones lo tapará un manto blanco y unas letras imprenta mayúscula que incitan al voto, nombran al candidato y a la lista partidaria. También estarán los aerosoles de bandas de rock, los mensajes futboleros y las declaraciones de amor.

Son las 10:30am, a lo lejos suena una sirena de policía. La mañana es fría y el asfalto sigue mojado por la lluvia de la madrugada. La gente llegaba a la parada y se subía en el primer bus que pasaba, pero el joven (Alfredo) de camiseta y gorro negro no parecía tener prisa. Lucía preocupado por otras cosas, veía los carros buscando algo, quizá una marca que pudiera identificar.


En ese momento le hice una seña, saqué mi mano del bolsillo. Simulé escribir algo con la punta de mi dedo índice sobre la pared que estaba al frente de la parada. Él se percató y me mostró sigilosamente el rotulador que traía en su bolsillo. Su nombre, Alfredo Ordóñez, conocido como el “Mago”, es un joven que vive con sus padres al norte de la ciudad.

Se acercó y le pregunté. “¿Cuál es la diferencia entre grafitero y graffiti?”. Supo manifestarme que “los términos grafitero y graffiti le parecen relativos, pues cualquiera que tome una lata, pinte y se exprese, automáticamente, se convierte en ejecutor de una técnica y de un mensaje, es decir, un grafitero”. Además piensa que los graffitis “son objetos exhibicionistas, porque están al alcance de todos y son de libre interpretación. Pueden ser considerados transgresores, sin sentido, políticos. Pero siempre tienen mucha fuerza y carácter”.

El contacto estaba hecho. La ciudad seguía su ritmo vital, mientras Alfredo, me hablaba de sus hazañas, de los lugares donde escribía y de sus encuentros con la policía.

Alfredo, considera que los graffitis han sido víctimas de la industrialización porque, hoy en la ciudad se puede encontrar algunos que hacen publicidad a la marca de zapatos deportivos Nike. Gente pagada que pintan otros del tipo político, por estas razones cree que el graffiti es un término arcaico y se reconoce como “artista urbano”. Desde hace nueve años, cuando tenía veinte, hizo suya esta forma de expresión.
Al principio sólo hacía tags o firmas codificadas. Luego conoció gente que se dedicaba a hacer graffitis en la pista de patinaje del parque la Carolina. Cuenta que no pertenecían a ningún grupo, eran tolerantes y abiertos a distintos géneros musicales. Con ellos fundó un grupo “El Poder en mi mano” y se apropiaron de este término para expresarse dentro del marco pictórico de los graffitis hip-hop.

Siente la necesidad de plasmar sus mensajes en las paredes, en los buses, en todo tipo de espacio público o privado, donde sus ideas puedan verse reflejadas. Considera que el arte debe estar donde menos se espera. En lugar de la barrera que representa ir a un museo y pagar cierta cantidad de dinero para llegar al arte.

Extrae ideas de sus imaginarios personales, sus propios discursos, algunos bastante irónicos, para llevar a la gente a una reflexión, quizás no tan profunda pero ya deja una semilla, cómo él dice, por eso trata que sean simples como una imagen, fuertes, icónicos. Para Alfredo, el espacio donde se quiere pintar el mensaje es tan importante como el mensaje que se quiera dar, porque no da lo mismo pintar “Asesinos” en el Congreso que en la plaza de toros. Quiere fundar un colectivo de arte urbano, pero no sólo de graffitis sino orientado a realizar una amplia variedad de intervenciones artísticas.

Gasta 28 dólares cuando hace graffiti mural con muchos colores, también conocido como graffiti vandal (Vandálico), término en inglés usado en Nueva York para referirse a los graffitis artísticos que plasman un nombre codificado para que nadie lo entienda. Entre más escondido esté el mensaje es mucho mejor y sólo el propio grupo lo entiende. Cubren espacios enormes como plazas y paredes completas.

A la gente que contemple su trabajo le dice que lo vean. No piensen mucho sobre ello y saquen sus propias conclusiones. Y para quienes hacen graffitis, les alienta para que sigan haciéndolo. Le gustaría que se convirtiera en un estilo de vida de muchos y no de unos pocos, como es ahora.

A las 11:10am, llega “Wario”, David Hermosa (25) otro de los fundadores del grupo “El Poder en mi mano”, con varios integrantes de la organización. Los mismos que van a realizar un graffiti en una pared conocida como la fábrica.

“La fábrica, así le llaman a una gran pared que ocupa casi una cuadra de la calle Hernando de Soto, en el sector del Comité del Pueblo. Está llena de graffitis, es un gran mural de colores vivos. Contrasta con las otras paredes de la calle, opacas y grises, por ser una zona de talleres de mecánica automotriz, carpinterías, y fábricas”, comenta David, mientras organiza al grupo.


Es la 1:00pm, y los muchachos están preparando el espacio de la pared donde harán el graffiti. Una capa de pintura blanca será la base. A parte del “Mago” y “Wario”, hoy van a pintar: “Químico”, Orlando Paillacho (20); “el chino”, Patricio Aguas (22); y “Morne” (26), un francés llamado Benjamín. A un lado, en la vereda, al costado de las latas de spray, una botella de 3 litros de Coca Cola y una bolsa de “chitos”, matan el hambre de la tarde.

“Aquí todos estudiamos”, dice Alfredo, y continúa: “Orlando estudia ingeniería civil, David estudia inglés, “el chino” (Patricio) y yo estudiamos diseño gráfico”. También integra el grupo Diego Bonilla, tiene cuarenta años. Es profesor de la Universidad Católica. “No somos pandilleros ni fumones, nada que ver, para nosotros esto es nuestro hobby”, añade David.

“Tratamos de darle un mensaje a la sociedad. Por ejemplo, pintamos un inca. Era un graffiti con motivos andinos. Una forma de decirle a la gente que valore su propia cultura. En otro lado pintamos unas caras sonrientes, alegres, quisimos dar un mensaje de optimismo”, comenta Alfredo, mientras se ríe.

“El Poder en mi mano”, ya cuenta con un miembro extranjero. Benjamín, que prefiere que lo llamen “Morne”. Llegó el 18 de febrero del presente año. Es músico y profesor. “Es la primera vez que vengo al Ecuador. Pinto graffitis hace siete años, sobre trenes, camiones y autopistas. En París integro tres grupos: Arena, Los 3P y TCF”, comenta “Morne”.

“El chino” (Patricio) un grafitero de San Carlos explica que “el objetivo principal de estos graffitis es dejarse ver, es decir, hacer que tu nombre aparezca por todos lados, en la parada del autobús, en la entrada de los colegios, en el centro comercial, en los baños públicos ¿me entiendes?, en todos lados”.

El primer inconveniente que tuvieron que superar cada uno de ellos fue la oposición de sus padres, “Me decían que no pinte en las calles, que tal vez estoy con los pandilleros. Después conocieron a los chicos del grupo. Se dieron cuenta que nuestra forma de trabajar no es de pandilla, sino que trabajamos de una manera legal y nos evitamos problemas”, comenta Orlando.

“Mis padres más se preocupaban por la pintura que me estaba intoxicando. Ahorré y compré una máscara, así vieron que hacía esto (graffiti) de una manera más responsable. Además, al «Mago» y a mí nos salen trabajos para decorar locales. Nuestros padres han visto lo que hacemos en fotos, y les ha gustado, ahora lo ven como un arte”, dice David.


Son las 5:30pm, y mientras converso con Alfredo y David, los demás están terminando el graffiti. El sonido de los aerosoles y el olor de la pintura se apoderan del espacio. Trazos negros, rojos y amarillos van cubriendo la pared. Se van distinguiendo varias letras. Uno de ellos, con pantalón ancho, azul, y polo negro, manchados con pintura amarilla, y un spray en la mano, se acerca, y con su dejo francés, dice: “Aquí me siento más libre que en mi país. He pensado quedarme a vivir en Ecuador”.

Las paredes se convierten en extensos lienzos. Las calles en amplias galerías de arte, donde el spray, dibuja los trazos del artista callejero.

No se trata de gente de mal vivir, sino de verdaderos artistas. Jóvenes que han encontrado en los muros de la ciudad una manera de comunicarse con el mundo.

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