Lo veo como en duelo perenne con sus propios singulares laberintos interiores y con los distintos episodios pictóricos que signaron su creación. Espacio, vértigo puro, lo último de su obra, momento en que se hunde en el vacío ¬en el suyo y en el de su entorno¬. Al final de la contienda ¬su tránsito existencial estuvo jalonado por un constante bregar con el temblor de la tierra y con la agitación de su propio yo¬ no hay el artista, hay el espacio, la vibración angustiosa de su ánima en busca de sensaciones pasajeras: escaramuzas, pánicos, exaltaciones, gozos, todo atravesado por la fugacidad más agobiante.
Su última obra: un perturbador sondeo en el silencio. Sobre fondos ocres, en los cuales balbucean ecos del mundo real, rasgos delirantes (rasguños) de una víctima que está al borde de la asfixia, recogimiento de pasos, huellas apenas identificables de vivencias extinguidas, remembranzas de un ser que fue, danzando al ritmo del silencio solo grises y azules ¬en lo formal¬, hacia adentro, la impronta de un hombre lacerado por buscar una respuesta a su vida, a su creación, a la razón de ser de las dos.
“Hemos bebido furtivamente / En vasos quebrados / Vino que quizá / No era de nosotros.” Esa fue su propuesta final. Suerte de cabriola entre la vida y la muerte (el equilibrista a punto de dar su paso en falso y desaparecer. ¿Desvanecimiento de la vida vivida, vehemencia desesperada de ser y estar, o canto funéreo ¬lívido¬ de asentimiento ante la muerte?) Todo es caos en estos cuadros. Irresolución. Postrera tentativa de alcanzar de dónde asirse. Simulacro de seguir siendo. Guiño a lo invisible. Nada más. Guardar silencio: lo que el pintor quiso en varios tramos de su existencia (casi obvio, más en el último). Hurgar en él; multiplicarse (irradiarse); volver a él, solo con él mismo, y, al final de la partida, silenciarse. ¿Qué son sus autorretratos y sus maniquíes, sino una confrontación con el silencio y luego una rendición ante él? Por allí le enreda la leyenda ¬brumosa y desvaída¬ con episodios bohemios, amores turbulentos, soledumbres y una larga y “dolorosa” enfermedad que, aunque lo hirió de muerte, no le impidió seguir trabajando. (Uno de sus más conmovedores cuadros, el de un hombre desnucado, como pendiendo de una oculta, vulgar percha, difuminado mediante colores exangües y líneas exacerbadas, rezumando su terminal angustia desolada, fue pintado cuando él ya sabía de su muerte. Reflejos 2 lo llamó).
Eddy NDA
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