lunes, 18 de mayo de 2009

Entrevista: “Bonil” dibuja como le da la gana

De porte atlético (anunció que para la entrevista hará, como siempre, el duro ejercicio de bañarse), informal, nervioso y fumador, es más beige que lo que era su padre, el célebre “Negro” Bonilla, uno de los mejores humoristas ecuatorianos, que integró el equipo de los Picapiedra en el diario El Tiempo.

En medio de la conversación más seria suelta sus frases chispeantes sin siquiera pestañear y, hasta que el interlocutor se dé cuenta de que le está tomando del pelo, Bonil ya está en otra cosa. Ahora anda con un nuevo libro suyo bajo el brazo, en el que recopila algunos de los dibujos publicados durante sus ocho años de permanencia en el “El Universo”, donde combate todos los días en la trinchera del humorismo gráfico. El libro se llama, por eso, La columna de Bonil.

– Hasta ahora ¿cuántos libros, Bonil?

Este es el quinto. El primero, de 1988, fue Siempre pa´lante, que recopiló mis primeros dibujos. Luego Venimos de lejos, a propósito de los 500 años del descubrimiento de América. En 1998, Privatefalia, una metáfora sobre las privatizaciones. Y tengo uno inédito, Amor se escribe con h.

– ¿A dibujar comenzaste en tu infancia?

Me acuerdo que dibujaba en las paredes, igual que todos los niños.
–Los niños malcriados serán, porque la pared y la muralla...
¡No! Los niños malcriados se orinan en las paredes. Yo solo dibujaba.

– ¿Eso era dónde?

En Quito, en la casa de La Floresta.

– ¿De la pared, a dónde fuiste?

A la revista Cambio, cuando tenía 17 años. El culpable fue mi hermano mayor.

– ¿Cómo así?

Vino un día y me dijo ¡te conseguí trabajo! Él siempre me estaba motivando, estimulando. Por ese trabajo me pagaban mil sucres, que era bastante para un muchacho de colegio.

– ¿De Cambio hacia dónde te cambiaste?

A la revista Nueva, cuando cumplí 21 años.

– ¿Y luego?

A Hoy, un diario al que tengo un afecto muy especial porque yo diría que ahí me hice. Fue un espacio de mucha confianza, de mucha libertad. En ese entonces tenía 23 años y ahí me dieron un lugar para que un joven como yo se expresara con desparpajo. Que me publicaran en un periódico de circulación masiva era bastante.

– ¿Por último, El Universo?

Nunca pensé que iba a hacer un dibujo diario, algo que me parecía desgastante porque mi matiz era el humor político general. Cuando entré a El Universo me tocó aprender a dibujar caras, lo cual ha sido un problema... dibujar a los descarados esos.

– ¿De niño leías cómics? ¿De dónde te salió esa afición por dibujar?

Más que el dibujo, lo que me marcó fue la experiencia de mi papá, los libros y revistas que trajo de Francia y España, con ese humor social propio de los años 70. A mí siempre me atrajo el humor como un acto contestatario, como un cuestionamiento, como una actitud crítica.

– ¿Que también venía de tu papá?

Totalmente.

– ¿Cómo era el ambiente de tu casa? ¿Flotaba un aire intelectual?

Mi papá era periodista, político, y un padre ausente, como muchos. Pero me acuerdo que, cuando la familia salía de paseo, nos hacía concursos entre mis hermanos para ver quién sabía el significado de tal palabra y cosas así. Se preocupaba porque hiciéramos los deberes y ejercicios para mejorar la memoria. Cuando murió, me marcó su ausencia definitiva. Yo tenía 12 años. Él tenía metido en la cabeza esto del humorismo como un arma, una herramienta potente. ¡Yo le creí!

– ¿A esa edad, tenías noción de qué clase de periodista era tu padre?

Lo que me acuerdo es de los berrinches que le daban cuando Carlos de la Torre, el director de El Tiempo, le recortaba algún artículo. Y también me acuerdo cuando estuvo, durante la dictadura de Rodríguez Lara, escondido durante una semana en la Universidad Católica, bajo la protección del padre Hernán Malo. No iba a dormir a la casa. Ahora, no sé si estaba perseguido por Rodríguez Lara o por mi mamá. Al pasar los años ya estoy dudando si habrá sido por motivos políticos, porque da para sospechar... Otra vez le cogieron preso porque al ver a Bombita salir del Palacio gritó: “¡Viva Rodríguez Lara, abajo el sentido común!” Le metieron en una alcantarilla de la cocina del Palacio y cuando, tras algunas gestiones de mi mamá, lo rescataron, mi papá pidió que no se dijera nada de eso a nadie, pero al final la noticia se filtró.
Bueno, mi papá hacía un periodismo crítico, pero siempre a través del humor, que le traía problemas y creo que también eso me marcó.

– ¿Una familia que es proclive al humor?

De lado de Bonilla son así, medio alhajas.

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