domingo, 2 de agosto de 2009

La voz de los cerros y los páramos. Los universos indígenas andinos en su lucha por la educación y el respeto a sus identidades - Juan Marchena

“Los pueblos indígenas originarios, a todo lo largo del cordón andino, no solo fueron relegados durante décadas en los procesos educativos nacionales, sino que a través precisamente de una “educación nacional” han sido barridas o menospreciadas sus particularidades y especificidades, sus lenguas, sus formas organizacionales, sus culturas en suma…”

El ayllu estaba constituido por un conjunto de productores más o menos dispersos, unidos por los lazos cooperativos, a través de los cuales el grupo conseguía la pretendida autonomía económica. No tenía un tamaño completo. Al interior del ayllu no solo se trataba de compartir recursos. El trabajo, o mejor dicho la fuerza de trabajo, era igualmente repartido. El kuraka representaba la identidad colectiva, organizaba el trabajo y repartía las tierras. Era el que redistribuía los bienes obtenidos colectivamente y los excedentes productivos. Podía manejar el trabajo y la redistribución a favor de unos o de otros, de manera que pudo generar una red de lealtades en torno a su persona y a su grupo cuando no un ámbito clientelar mucho más extenso.

El estado colonial intervino en la dinamización del nuevo sistema económico a través de dos decisiones importantes: la conversión del tributo en especies al tributo en moneda y el subsidio de la mano de obra indígena, que sería canalizada a las áreas productivas mediante el sistema de la “mita”, antigua institución prehispánica que ahora servía para crear un sistema de trabajo forzado a gran escala, que incluía toda la población indígena tributaria comprendida entre los 18 y 60 años de edad. La mita se generalizó y la distribución de los indios mitayos corrió por cuenta de los mismos caciques, que debían de proveer de fuerza de trabajo indígena a todas las actividades económicas de las élites coloniales, a los obrajes y haciendas fundamentalmente.

La fuente principal de la riqueza de los conquistadores fueron las “encomiendas” o “repartimientos de indios”. Mediante ellas los conquistadores convertidos en encomenderos podían disponer de un número de indios, generalmente parcialidades enteras, que no solo les tributaban en especies o dinero, sino que les servían de mano de obra. La posesión de encomiendas les proporcionaba prestigio, poder y riqueza, sobre todo por la posibilidad de acceso a la propiedad de la tierra. Se veía en la encomienda un medio para poder facilitar la evangelización, asegurar el control dirigente militar compuesta por los encomenderos y favorecer un orden jerárquico, necesario para la nueva sociedad que se estaba creando. El desplazamiento de la encomienda como fuente principal de riqueza y generación de otras formas importantes de enriquecimiento, que se derivaban de la misma explotación minera y el comercio en general.

El kuraka obligo a sus súbditos a asumir costas y riesgos que, desde el punto de vista andino, correspondían al estado. Para satisfacerlo, toda la comunidad tuvo que dedicar parte de su producto al comercio monetario y, por lo tanto, disminuyó la proporción disponible para los intercambios, la base de la reciprocidad o redistribución andinas.

El gamonalismo, constituyó el nudo vertebrador de la política y la economía regional, a costa de las tierras y los brazos de cientos de comunidades que fueron invadidas y disuelta, y sus comuneros transformados en colonos de las haciendas. El gamonal, quien dispuso que pudieran permanecer en la tierra del antiguo ayllu como peones. A cambio de permitirles cultivar ciertas parcelas que les asignaban trabajarían para él como peones y a él debían asegurarles su lealtad y algunas prestaciones de servicios.

A pesar de todas estas presiones, las comunidades indígenas han defendido con éxito la mayor parte de sus instituciones autóctonas, y en su constitución interna conservan rasgos fundamentalmente andinos.

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